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EL HOMBRE Y SUS CUERPOS ANNIE BESANT

EL HOMBRE Y SUS CUERPOS
- EL CUERPO FISICO -


PRÓLOGO
Reina tal confusión respecto de la conciencia y de sus vehículos, del hombre y de sus envolturas, que urge hacer a los teósofos una exposición clara de los hechos en cuanto éstos nos son conocidos. Hemos llegado a un punto de nuestros estudios, donde mucho de lo que en un principio era obscuro, se ha aclarado; mucho que era vago, se ha definido; mucho que era aceptado como teoría, se ha convertido en conocimiento directo.
Por tanto, es posible presentar hechos comprobados en serie determinada, hechos que podrán observarse una y otra vez a medida que los sucesivos investigadores desarrollen la clarividencia, y sean capaces de tratar sobre ellos con la misma certeza con que el físico se ocupa de los fenómenos observados y anotados por su ciencia.
Al comenzar nuestro trabajo, es necesario que el lector europeo procure variar el concepto bajo el cual considera al hombre y aprenda a distinguirlo de los cuerpos en que mora.
Tenemos muy arraigada la costumbre de identificamos con las envolturas externas que llevamos, y somos muy propensos a reconocemos como si fuéramos nuestros cuerpos.
Es necesario, pues, si queremos adquirir el verdadero concepto de nuestro ser, que abandonemos este punto de vista y dejemos de identificamos con las envolturas de que nos revestimos por cierto tiempo, y que desechamos luego, para ponemos otras nuevas cada vez que las necesitamos. La identificación con estos cuerpos que sólo tienen una existencia pasajera, es, en realidad, tan necia y poco razonable, como si nos identificáramos con nuestros vestidos; no dependemos de ellos: su valor está en proporción de su utilidad.
El error que constantemente se comete de identificar la conciencia, la cual es nosotros mismos, con los vehículos en que funciona temporalmente, sólo tiene por excusa el hecho de que la conciencia en el estado de vigilia, y hasta cierto punto en el del sueño, vive y obra en el cuerpo, y no es conocida a parte de él por el hombre vulgar; sin embargo, puede obtenerse un concepto intelectual de las verdaderas condiciones, y podemos considerar a nuestro Yo como dueño de sus vehículos; y con el tiempo, y por medio de la experiencia, esto se convertirá para nosotros en un hecho definido, cuando aprendamos a separamos de nuestros cuerpos, a salir fuera de nuestro vehículo, y veamos que tenemos una conciencia mucho más completa fuera que dentro de él, y que en modo alguno dependemos del mismo. Una vez alcanzado esto, nos será imposible seguir identificándonos con nuestros cuerpos, y nunca más volveremos a cometer el error de suponer que somos lo que llevamos. La inteligencia clara de este concepto se halla al alcance de todos, y podemos aprender a adquirir el hábito de distinguir entre el Yo-el hombre-y sus cuerpos. Únicamente así abandonaremos la ilusión que envuelve a la mayor parte de los hombres, cambiaremos por completo nuestro modo de considerar la vida y el mundo, elevándonos a la región serena que está sobre "los cambios de esta vida mortal", donde nos encontraremos por encima de las pequeñeces que tanto agobian la conciencia, y veremos la verdadera proporción entre lo mudable y lo relativamente permanente, distinguiendo al hombre que flota a merced de las olas que llevan y traen, del hombre firme sobre la roca, que ve el oleaje romperse impotente a sus pies.
Por hombre entiendo al Yo vivo, consciente y pensante: al individuo; por cuerpos, las diversas envolturas en que el Yo está encerrado, cada una de las cuales sirve al Yo para funcionar en determinada región del Universo.
Lo mismo que se usa del carruaje en tierra, del barco en el agua y del avión en el aire, para trasladarse de un lugar a otro, siendo el viajero siempre el mismo, así también el Yo, el hombre verdadero, permanece el mismo, cualquiera que sea el cuerpo en que funciona, y así como el carruaje, el barco y el avión son diferentes por sus materiales y construcción, conformes al elemento a que están destinados, así varía cada cuerpo con arreglo al medio en que ha de actuar. Uno es más grosero, otro de menos duración, otro tiene menos facultades, pero todos tienen de común que, con relación al hombre, son transitorios, son sus instrumentos, sus servidores, que se gastan y se renuevan según su naturaleza, adaptados a sus mudables necesidades, a sus poderes progresivos. Los estudiaremos uno por uno, principiando por el inferior, y luego nos ocuparemos del hombre mismo, del actor en todos estos cuerpos.


CAPÍTULO I
EL CUERPO FÍSICO

Bajo el término cuerpo físico, deben incluirse los dos principios inferiores del hombre (llamados en lenguaje teosófico el Sthula Sharira y el Linga Sharira), puesto que ambos funcionan en el plano físico, están compuestos de materia física, son abandonados por el hombre al tiempo de su muerte, y se desintegran juntos en el mundo físico cuando aquél pasa al astral. Otra razón para clasificar estos dos principios como cuerpo o vehículo físico, es que, mientras no podamos salir del mundo físico, tenemos que usar de una u otra, o de ambas envolturas a la vez; las dos pertenecen al plano físico por la materia de que están formadas, y no pueden pasar del mismo; la conciencia que obra dentro de ellas; se halla circunscrita a los límites físicos, y está sujeta a las leyes ordinarias del espacio y del tiempo. Aún cuando parcialmente separables, se separan rara vez durante la vida terrestre, no siendo tal separación nada buena, sino señal de enfermedad o de constitución desequilibrada. Distínguense por los materiales de que están compuestos. El uno como cuerpo grosero, y el otro como doble etéreo, siendo este último el duplicado exacto del cuerpo visible, partícula por partícula, y el medio por el cual funcionan todas las corrientes vitales y eléctricas de que depende la actividad del cuerpo. Este doble etéreo ha sido hasta ahora llamado Linga Sharira, pero es más conveniente abandonar el uso de este nombre, por varias razones. El "Linga Sharira", desde tiempo inmemorial, ha sido usado en los libros indos en otro sentido, y se origina grandísima confusión entre los estudiantes de la literatura oriental, así asiáticos como europeos, al oír otros significados arbitrarios distintos del suyo reconocido; esta razón basta por sí sola para que se abandone el uso impropio. Por otra parte, es mejor tener nombres europeos para designar la constitución humana, suprimiendo así de las obras elementales la gran dificultad de la terminología sánscrita. El nombre de doble etéreo expresa exactamente la naturaleza y constitución de la parte más sutil del cuerpo físico, siendo, por tanto, significativo y fácil de recordar, como debe ser todo nombre; es "etéreo" porque se compone de materia etérea, y "doble", por ser duplicado exacto del cuerpo grosero, su sombra, por decirlo así. Ahora bien: la materia física tiene siete subdivisiones distinguibles una de otra, cada una de las cuales presenta gran variedad de combinaciones dentro de sus propios límites. Las subdivisiones son: estado sólido, líquido, gaseoso y etéreo; este último se compone de cuatro estados tan distintos entre sí, como lo es el líquido respecto al sólido y al gaseoso. Estos son los siete estados de la materia física, y cualquiera parte de ésta es susceptible de pasar por los siete estados, aún cuando bajo lo que llamamos temperatura y presión normales, asuma uno y otro de ellos como un estado permanente; así el oro es de ordinario sólido, el agua líquida y el cloro gaseoso. El cuerpo físico del hombre está compuesto de materia en estos siete grados, conteniendo el cuerpo grosero, sólidos, líquidos y gases; y el doble etéreo las cuatro subdivisiones del éter, conocidas respectivamente como éter I, éter II, éter III y éter IV. Cuando se exponen las verdades teosóficas elevadas, se quejan algunos de que se hallan a demasiada altura, y preguntan: ¿Por dónde hemos de principiar? Si queremos aprender por nosotros mismos y comprobar la verdad de las afirmaciones que se hacen, ¿De dónde debemos partir? ¿Cuáles son los primeros pasos que debemos dar? ¿Cuál es, en realidad, el alfabeto de este lenguaje en que los teosofistas discurren tan corrientemente? ¿Qué debemos hacer nosotros los hombres que vivimos en el mundo, para poder comprender y comprobar tales materias, en lugar de aceptarlas simplemente bajo la fe de otros que nos dicen que saben? Voy a contestar a estas preguntas en las páginas que siguen, de modo que los que estén verdaderamente interesados sepan los primeros pasos que deben dar, teniendo entendido que estos pasos deben ir en conformidad con una vida, cuyos aspectos moral, intelectual y espiritual se practiquen también. Nada de lo que el hombre ejecute en relación solamente con el cuerpo físico, puede hacer de él un vidente o un santo; pero también es verdad que, el cuerpo un instrumento de que tenemos que hacer uso, es necesario tratarlo de modo que nos sirva para encaminarnos en la dirección del Sendero. El trato sólo del cuerpo no nos conducirá a las alturas a que aspiramos, mas su abandono nos haría completamente im20sible el escalar esas elevadas regiones. Los instrumentos del hombre son los cuerpos en que tiene que vivir y trabajar, y la primera cosa de que tenemos que penetramos es lo siguiente: que el cuerpo existe para nosotros, no nosotros para el cuerpo; el cuerpo es nuestro para usarlo, no somos nosotros de él para que nos use. El cuerpo es un instrumento que debe ser refinado, mejorado, educado, modelado de tal modo y hecho de tales constituyentes, que sea en el plano físico el medio más adecuado para los fines superiores del hombre. Todo lo que conduzca a este propósito debe practicarse y fomentarse; todo lo que sea contrario a él, debe eludirse. No importan las propensiones que el cuerpo pueda tener ni las costumbres que haya contraído en el pasado; el cuerpo es nuestro, es nuestro servidor para emplearlo como queramos; desde el momento en que tome la dirección y pretenda guiar al hombre en lugar de ser guiado, todo el objeto de la vida queda invertido, y toda clase de progreso se hace absolutamente imposible. Este es el punto de donde tiene que partir toda persona que tenga un verdadero interés por la Teosofía. La naturaleza misma del cuerpo físico hace que se le pueda convertir fácilmente en servidor e instrumento. Tiene ciertas particularidades que nos ayudan a educarlo, y que le hacen relativamente fácil de dirigir y formar; una de ellas es que una vez acostumbrado a obrar de cierto modo, sigue voluntariamente por la misma senda, encontrándose tan feliz en ella, como cuando seguía una línea de conducta distinta. Si se ha adquirido una mala costumbre, el cuerpo se resistirá de un modo notable a cambiarla; pero si se le obliga a ello, si se vence el obstáculo que pone y se le fuerza a obrar con arreglo a la voluntad, entonces, al poco tiempo, el cuerpo, por acuerdo propio, repetirá la nueva costumbre que el hombre le ha impuesto, y seguirá el nuevo método con tanta satisfacción como lo hacía con el anterior. Ocupémonos ahora en la consideración del cuerpo denso, que podemos llamar la parte visible del cuerpo físico, aún cuando los constituyentes gaseosos no sean asequibles a la visión física inexperta. Esta es la envoltura exterior del hombre, su manifestación inferior, la expresión más limitada e imperfecta de sí mismo.
EL CUERPO DENSO

Tenemos que detenernos bastante a considerar la constitución del cuerpo, para poder comprender el modo como debemos considerarlo, purificarlo y educarlo; tenemos que observar una serie de actividades, cuya mayor parte se hallan fuera del dominio de la voluntad, y luego aquellas que pueden dominarse. Ambas clases de actividades obran por medio de sistemas nerviosos diferentes. Por uno de ellos se ejercitan todas las actividades del cuerpo que sostienen la vida ordinaria, por cuyo medio se contraen los pulmones, late el corazón y son dirigidos los movimientos del sistema nervioso. Este se compone de los nervios involuntarios, llamados comúnmente el "sistema simpático". En un tiempo, durante el largo pasado de la evolución física, en la que se formaron nuestros cuerpos, de sistema estaba bajo el gobierno del animal que lo poseía, pero gradualmente principió a funcionar automáticamente; se separó del dominio de la voluntad, adquirió una vida propia, casi independiente, y ejercitó por sí todas las actividades vitales que constituyen la normalidad. Mientras una persona se halla en estado de salud, no nota estas actividades; siente que res pita cuando la respiración está oprimida o detenida, siente que su corazón late cuando el latido es violento e irregular; pero cuando todo está bien, la marcha del sistema pasa inadvertida. Sin embargo, es posible poner el sistema simpático nervioso bajo el dominio de la voluntad, por medio de una práctica larga y muy penosa; y una clase de Yogis en la India, llamada Hatha Yogi, desarrollan este poder en un grado extraordinario, con objeto de estimular las facultades síquicas inferiores. Es posible desarrollar éstas (sin tener para nada en cuenta el desarrollo espiritual, moral e intelectual), por medio de la acción directa sobre el cuerpo físico. El Hatha Yogi aprende a dominar el aliento, hasta el punto de suspenderlo por un período considerable de tiempo; a dominar los latidos del corazón; apresurando o retardando la circulación a voluntad; y por estos medios pone el cuerpo físico en estado de trance, y en libertad el cuerpo astral. Este método no debe imitarse, pero es instructivo para las naciones occidentales (que consideran al cuerpo con una naturaleza tan imperativa) el saber cuán por completo puede un hombre dominar este proceso físico normalmente automático, y el hacerse cargo de que miles de hombres se imponen una disciplina larga y en extremo dolorosa para libertarse de la cárcel del cuerpo físico, y conocer que viven cuando se halla suspendida la animación del cuerpo. Por lo menos son gente decidida, y no son ya los meros esclavos de los sentidos. Prosiguiendo nuestro estudio, tenemos el sistema nervioso voluntario, mucho más importante para nuestro objeto mental. Este gran sistema es el instrumento 'del pensamiento, y por medio de él sentimos y nos movemos en el plano físico. Lo forman el eje cerebroespinal -el cerebro y la espina dorsal-y los filamentos nerviosos que parten de él para todo el cuerpo, o sea los nervios motores y de sensación: los nervios por medio de los cuales sentimos, que corren de la periferia al eje, y los nervios por los cuales nos movemos, que se dirigen del eje a la periferia. De todo el cuerpo parten los hilos nerviosos, asociándose unos con otros formando haces que se juntan a la médula espinal; constituyen su substancia fibrosa externa. Pasando al cerebro se esparcen y ramifican en el que es el centro de toda sensación y de todo movimiento voluntario. Este es el sistema por medio del cual expresa el hombre su voluntad y su conciencia, y de él puede decirse que tiene su asiento en el cerebro. El hombre no puede hacer nada en el plano físico, sino por medio del cerebro y del sistema nervioso; si éstos están desarreglados, no Podrá expresarse de un modo ordenado. Este es el hecho sobre el cual el materialismo ha fundado su afirmación de que el pensamiento y la acción cerebral varían juntos. Considerando tan sólo el plano físico como lo hacen los materialistas, ciertamente que varían a la vez; es necesario acudir al plano astral, para demostrar que el pensamiento no es resultado de la acción nerviosa. Si el cerebro está afectado por alguna droga, por enfermedad o por un golpe, el pensamiento del hombre a quien pertenece el cerebro no encuentra su debida expresión en el plano físico. Los materialistas indican también que si se tienen ciertas enfermedades, el pensamiento será afectado especialmente. Hay una enfermedad rara, la afasia, que destruye una parte especial del tejido cerebral cerca del oído, y va acompañada de la falta total de memoria en lo que concierne a las palabras; si se dirige una pregunta a una persona que la padezca, no puede contestar; si se le pregunta su nombre, no responderá; pero si se pronuncia su nombre, dará señales de reconocerlo; si se le lee alguna cosa, mostrará asentimiento o disentimiento; puede pensar, pero no hablar. Parece como si la parte del cerebro que ha sido afectada estuviese en relación con la memoria física de las palabras; de modo que con la pérdida de aquella parte, pierde el hombre en el plano físico la memoria de las palabras y se vuelve mudo, al paso que retiene la facultad de pensar y puede mostrar su acuerdo o desacuerdo con cualquiera proposición que se le haga. El argumento materialista viene a tierra cuando el hombre se liberta de su imperfecto instrumento; entonces puede manifestar sus facultades, aunque vuelve a quedar mudo cuando de nuevo se ve reducido a la expresión física. La importancia de este punto no consiste en la validez o nulidad de la posición materialista, sino en el hecho de que el hombre tiene limitada su expresión en el plano físico por la aptitud de su instrumento físico, y que éste es sensible a las influencias de los agentes físicos; si éstos pueden perjudicarle, pueden igualmente beneficiario; consideración que, como veremos, es de importancia vital para nosotros. Estos sistemas nerviosos, como todas las partes del cerebro, están construidos de células, cuerpos pequeños definidos, con paredes que encierran un contenido, visibles con el microscopio y modificadas con arreglo a sus diversas funciones; las células están a su vez construidas de pequeñas moléculas,'y éstas de átomos: los átomos de la química; cada uno de los cuales es, según ésta, la partícula última e indivisible de un cuerpo simple. Estos átomos químicos se combinan de innumerables modos para formar los gases, los líquidos y los sólidos del cuerpo denso. Cada átomo es para el teósofo una cosa viviente, capaz de tener vida independiente; y toda combinación de átomos en un ser complejo, es también algo viviente. Así, pues, toda célula tiene su vida propia; y estos átomos, moléculas y células, combinados juntamente, forman un todo orgánico, un cuerpo que sirve de vehículo a una forma de conciencia más elevada que la que ellos alcanzan separadamente. Ahora bien: las partículas de que se componen estos cuerpos están en continuo movimiento; y como son agregaciones muy diminutas de átomos químicos, no pueden percibirse por la simple visión, aun cuando muchas de ellas se ven por medio del microscopio. Si se pone un poco de sangre bajo el microscopio, vemos moverse en ella un número de cuerpos vivos, corpúsculos blancos y rojos, siendo los blancos muy semejantes en estructura y actividad al amoeba ordinario; en relación con muchas enfermedades se encuentran microbios, bacilos de varias clases, y los hombres científicos nos dicen que tenemos en nuestros cuerpos microbios amigos y enemigos: unos que nos perjudican y otros que devoran a los intrusos deletéreos y a la materia inútil. Algunos microbios que nos vienen de afuera, hacen estragos en nuestros cuerpos con las enfermedades; otros promueven la salud, y de este modo estas vestiduras nuestras están constantemente cambiando sus materiales, que se allegan y duran por cierto tiempo, y luego se marchan a formar parte de otros cuerpos; un cambio y combinación constantes. Ahora bien; la gran mayoría de la Humanidad, poco o nada sabe de estos hechos, y sin embargo, de ellos depende la posibilidad de la purificación del cuerpo denso, convirtiéndolo en un vehículo más propio para habitación del hombre. La persona vulgar deja que su cuerpo se forme de cualquier modo con los materiales de que se surte, sin considerar su naturaleza, sin cuidarse de otra cosa sino de que le gusten y de que sean conformes a sus deseos, y para nada tiene en cuenta que sean o no a propósito para la construcción de una morada pura y noble para el Yo, el hombre verdadero, que siempre sobrevive. Esto no ejerce intervención alguna en estas partículas a medida que van y vienen; no las escoge ni rechaza, sino que deja que todo se construya en él, según aquéllas quieran, como el albañil negligente que aprovecha cualquier material de desperdicio para construir su casa: madera podrida, cieno, virutas, arena, clavos oxidados y todo género de inmundicias. Así, el hombre vulgar, es para su cuerpo el más abandonado constructor. La purificación del cuerpo grosero consiste, pues, en un procedimiento de selección deliberada de las partículas que le componen; el hombre debe ingerir como alimento los constituyentes más puros que pueda obtener, rechazando lo impuro y lo grosero. Sabiendo que las partículas de que se ha formado en los días de vida descuidada, desaparecerán gradualmente con el cambio natural, a lo menos dentro de siete años, si bien es dado apresurar este proceso considerablemente, debe resolver que no entren más en su construcción partículas impuras; a medida que aumenta los constituyentes puros, organiza un ejército de defensores que destruyen las partículas inmundas que penetren sin su consentimiento; y con una voluntad activa de que su cuerpo permanezca puro, actúa magnéticamente, y rechaza sin cesar de su proximidad todo ser grosero que trate de penetrar en él, formando así una barrera contra las invasiones a que está expuesto, en una atmósfera impregnada de toda clase de impurezas. Cuando un hombre se resuelve de este modo a purificar su cuerpo y convertirlo en un instrumento adecuado a la obra del Yo, da el primer paso hacia la práctica del Yoguismo; paso que tiene que dar en esta o en otra vida, antes de formular seriamente la pregunta: "¿Cómo he de aprender a comprobar por mí mismo las verdades de la Teosofía?" Toda comprobación de hechos suprasensibles depende del completo dominio del cuerpo físico; esta comprobación tiene que hacerse, pero es imposible mientras el hombre se halle fuertemente encadenado en la prisión del cuerpo, o mientras el cuerpo sea impuro. Aún cuando posea, procedentes de otras vidas más disciplinadas, facultades psíquicas parcialmente desarrolladas, que se muestren a pesar de las circunstancias desfavorables del presente, el empleo de ellas será defectuoso, cuando dependen del cuerpo físico y éste sea impuro, porque entorpecerá y desnaturalizará el ejercicio de las facultades que funcionen por su medio, y las afirmaciones de éstas no serán dignas de crédito. Supongamos que un hombre determina deliberadamente tener un cuerpo puro, o bien se aprovecha de que su cuerpo cambia completamente en siete años, o bien prefiere el camino más corto y difícil de cambiarlo más rápidamente: en ambos casos comenzará inmediatamente a elegir los materiales que han de constituir el nuevo cuerpo; la cuestión de la alimentación se presentará la primera. Principiará por excluir toda clase de alimento que pueda formar en su cuerpo, partículas impuras y corrompidas. Desechará el alcohol y toda bebida que lo contenga, porque contiene microbios de la clase más inmunda, producto de la descomposición, los cuales no sólo son repugnantes en sí mismos, sino que atraen a sí, y por tanto al cuerpo de que forman parte, algunos de los habitantes más inconvenientes del mundo próximo, físicamente invisibles. Los beodos, después de muertos, no pudiendo satisfacer sus odiosos deseos, rondan en las cercanías de los sitios donde se expenden bebidas alcohólicas y rodean a los bebedores, tratando de introducirse en sus cuerpos, para participar de este modo del grosero placer a que se entregan. Las mujeres delicadas rechazarían el vino, si pudiesen ver los seres inmundos que procuran participar de este placer, y la estrecha relación que así establecen con entidades de la clase más asquerosa. Elementales perversos pululan también alrededor: pensamientos de borrachos revestidos de esencia elemental. Al mismo tiempo el cuerpo físico atrae de la atmósfera que le envuelve partículas groseras emitidas por los borrachos y otros hombres viciosos, las cuales pasan a formar parte de su constitución, haciéndole más grosero y degradado. Si observamos a las gentes que están constantemente ocupadas en trabajos en que entra el alcohol, como la fabricación y distribución de bebidas espirituosas, vinos, cervezas y otras clases de licores impuros, veremos que sus cuerpos se han hecho groseros y bastos. Los cerveceros, los taberneros y las personas de todas clases sociales que beben con exceso, muestran ostensiblemente lo que parcial y lentamente hacen los que forman en su cuerpo las partículas referidas; mientras mayor es la cantidad que se forma de ellas, más basto se hace el cuerpo. Lo mismo sucede con los alimentos impropios del consumo humano. La carne de los mamíferos, de las aves, reptiles y peces, así como la de los crustáceos y moluscos que se alimentan de cadáveres, son alimentos y manchados de sangre, impropios de labios arios. ¿Cómo han de ser refinados los cuerpos construidos con tales materiales? ¿Cómo han de ser sensitivos, equilibrados y perfectamente saludables, con el vigor y la delicadeza del acero templado, tal como se requiere para toda clase de obras elevadas? Los que construyen sus cuerpos con estos materiales corrompidos, atraen también elementales sumamente inmundos, como los que ven los síquicos en las carnicerías, chupando con sus hocicos redondos y rojizos los charcos de sangre a medio tapar con el aserrín. ¿Será preciso que añadamos lo que puede aprenderse de la observación de los que viven en este medio ambiente? Ved a los matarifes y carniceros, y juzgad si sus cuerpos tienen aspecto de instrumentos adecuados para pensamientos sublimes y temas espirituales. Sin embargo, son el producto acabado de las fuerzas que obran proporcionalmente en todos los cuerpos que se alimentan de las viandas impuras que ellos suministran. Ciertamente, ninguna clase de cuidado que se tengan con el cuerpo físico, dará por sí solo al hombre vida espiritual; pero ¿por qué se ha de aumentar la dificultad con un cuerpo impuro? ¿Por qué hemos de consentir que nuestros poderes, grandes o pequeños, se vean estorbados, empequeñecidos y estropeados en sus tentativas de manifestación por mediar un instrumento que es imperfecto sin necesidad?
EL DOBLE ETÉREO
La ciencia física moderna afirma que todo cambio corporal, ya sea en los músculos, en las células o en los nervios, está acompañado por una acción eléctrica, y esto es probablemente la verdad hasta en los cambios químicos que constantemente tienen lugar. De esto se tiene amplio testimonio obtenido por cuidadosas observaciones con los galvanómetros más delicados. Dondequiera que concurra la acción eléctrica, el éter tiene que estar presente, de modo que la presencia de la corriente implica la del éter, que compenetra a todo y a todo envuelve; ninguna partícula de materia física se halla en contacto con otra, sino que cada una flota en una atmósfera de éter. Los hombres científicos occidentales aseguran, como hipótesis necesaria, lo que el discípulo práctico en la ciencia oriental afirma como una observación que puede probarse, pues el éter es de hecho tan visible como una silla o una mesa, sólo que se necesita para percibirlo una vista diferente de la física. Como ya se ha dicho, existe en cuatro estados distintos, el más sutil de los cuales constituye los átomos físicos últimos -no el llamado átomo químico que es un cuerpo compuesto-; últimos, porque cuando se les desintegra producen materia astral1 . El doble etéreo está compuesto de estos cuatro éteres que compenetran los constituyentes sólido, líquido y gaseoso del cuerpo denso, encerrando a cada partícula en una envoltura etérea, y presentando de este modo un duplicado perfecto de la forma más densa. Este doble etéreo es perfectamente visible a la vista ejercitada, siendo su color de un violado gris, grosero o delicado en' su textura, según el cuerpo denso sea grosero o fino. Los cuatro éteres entran en él del mismo modo que los sólidos, líquidos y gases entran en la composición del cuerpo denso, y pueden estar en combinaciones más o menos groseras o finas, como sucede con los constituyentes más densos; es importante observar que el cuerpo denso y su doble etéreo varían juntos en su calidad, de modo que a medida que el aspirante refina deliberada y conscientemente su cuerpo denso, el doble etéreo sigue el mismo curso sin que aquél tenga conciencia de ello y sin necesidad de nuevos esfuerzos2 . Por medio del doble etéreo circula la vitalidad Prana a lo largo de los nervios del cuerpo, los cuales pueden así actuar como los transmisores de la fuerza motriz y de la sensibilidad a las masas externas. Los poderes del pensamiento, del movimiento y del sentimiento, no residen en la substancia (1) Véase la obra Química oculta. (2) Mirando los cuerpos inferiores del hombre con la vista astral, se ven el doble etéreo (Linga Sharira) y el cuerpo astral (cuerpo kámico), compenetrándose mutuamente, así como ambos compenetran el físico denso, lo cual ha dado margen a alguna confusión usándose indistintamente los nombres de Linga Sharira y cuerpo astral, al paso que este último se ha aplicado también al cuerpo kámico o de deseos. Esta terminología indefinida ha ocasionado mucha perturbación, pues las funciones del cuerpo kámico, llamado el cuerpo astral, se han tomado a menudo como las funciones del doble etéreo, dominando también el cuerpo astral, y el estudiante que no puede ver por si mismo, ha sido ... metido en un embrollo desesperante de contradicciones aparentes. Observaciones cuidadosas sobre la formación de estos dos cuerpos nos permiten ahora afirmar de un modo definitivo, que el cuerpo etéreo está compuesto solamente de los éteres físicos, y no puede, si es repelido, dejar el plano físico o ir muy lejos de su copia densa; además está construido con arreglo al molde suministrado por los señores del Karma, y el Ego no lo trae consigo, sino que es esperado por él juntamente con el cuerpo astral y kámico, el cuerpo de deseos se compone solamente de materia astral, puede pasar al plano astral una vez libre del cuerpo físico, y es el vehículo propio del Ego en aquel plano; es traído por el Ego cuando viene a la encarnación. En estas circunstancias es mejor llamar al primero el doble etéreo, y al segundo el cuerpo astral, para así evitar confusiones. nerviosa física o etérea: son actividades del Ego obrando en sus cuerpos internos, y su expresión en el plano físico se hace posible por el aliento de vida al correr a lo largo de los hilos nerviosos y alrededor de las células nerviosas; pues Prana, el aliento de vida, es la energía activa del yo, como Shri Shankaracharya nos ha enseñado. La función del doble etéreo es servir de medio físico a esta energía, y de aquí que se le mencione generalmente en nuestra literatura como el "vehículo de Prana". Creemos muy útil observar que el doble etéreo es particularmente sensible a los constituyentes volátiles del alcohol.
FENÓMENOS RELACIONADOS CON EL CUERPO FÍSICO

Cuando una persona "se va a dormir", el Ego se desliza fuera del cuerpo físico y lo deja en su sueño a fin de que se reponga para el trabajo del día siguiente. El cuerpo denso y su doble etéreo, son así abandonados a sus propios impulsos y al efecto de las influencias que atraen a sí por su constitución y costumbres. Corrientes de formas de pensamientos del mundo astral de una naturaleza similar a las formas de pensamiento creadas o albergadas por el Ego en su vida diaria, corren a través de los cerebros denso y etéreo, y mezclándose con la repetición automática de las vibraciones puestas en acción en el estado de vigilia por el Ego, ocasionan los sueños interrumpidos y caóticos conocidos de la mayoría de las gentes. Estas imágenes sin hilación son instructivas, porque demuestran el funcionamiento del cuerpo físico cuando se halla abandonado a sí mismo; sólo puede reproducir los fragmentos de pasadas vibraciones, sin orden racional o coherencia, ajustándolos unos a otros a medida que se presentan, por más grotescamente incongruentes que sean, insensible a lo absurdo y a lo irracional, contento de una fantasmagoría de formas y colores calidoscópicas, que ni siquiera tienen la regularidad dada por los espejos de aquella clase. Mirados de este modo los cerebros denso y etéreo, se ve fácilmente que son los instrumentos del pensamiento, no los cuadros del 'mismo, pues ya vemos cuán difusas son sus creaciones cuando están abandonados a sí mismos. Durante el sueño, el Ego pensante se desliza fuera de estos dos cuerpos, o más bien de este cuerpo de dos partes, visible e invisible, que deja puntos: a la muerte sale de ellos por última vez, pero con la diferencia de que retira con él el doble etéreo, separándolo de su copia densa, y haciendo así imposible que continúe el funcionamiento del aliento de vida en este último, cómo un todo orgánico. El Ego se desprende luego prontamente del doble etéreo, que como hemos visto no puede pasar al plano astral, dejándolo que se desintegre con su compañero de vida. Algunas veces se aparece inmediatamente después de la muerte, a algún amigo que se halla a no mucha distancia del cadáver, pero naturalmente manifiesta muy poca conciencia, y no habla ni hace otra cosa más que "manifestarse". Como es físico; es relativamente fácil verlo; y una ligera tensión del sistema nervioso puede hacer la vista bastante penetrante para distinguirlo. Es igualmente la causa de muchas "apariciones" en los cementerios, pues flota sobre las tumbas en que yace su doble físico, pudiéndosele ver con más facilidad que al cuerpo astral, por las razones que ya se han dicho. Así, pues, "ni aún la muerte los separa" más que el espacio de unos cuantos pies. Para el hombre normal, esta separación sólo tiene lugar en la muerte; pero alguna gente anormal de la clase llamada médiums, se halla sujeta a una división parcial del cuerpo físico durante la vida terrestre, anormalidad que es por fortuna relativamente rara, y que ocasiona muchos desórdenes nerviosos. Cuando se proyecta el doble etéreo, éste se divide en dos: la totalidad del mismo no puede separarse del cuerpo denso sin causar la muerte de este último, pues las corrientes del aliento de vida necesitan su presencia para circular. Aún su separación parcial pone al cuerpo denso en un estado de letargo, suspendiéndose casi la actividad vital; una debilidad extremada es el resultado inmediato de la separación de las dos partes, y el estado del médium, hasta que se restablezca la unión. normal, es en extremo peligroso. La mayor parte de los fenómenos que tiene lugar a presencia de los médiums, no están relacionados con esta proyección del doble etéreo; pero algunos que se han distinguido por el carácter notable de la materialización que han contribuido a producir, presentan esta particularidad a la observación. Se me ha dicho que Mr. Eglinton exhibía esta curiosa separación física hasta un punto muy singular, y que su doble etéreo podía verse saliendo de su costado izquierdo, mientras que su cuerpo denso se encogía de un modo perceptible; y el mismo fenómeno ha sido observado con Mr. Husk, cuyo cuerpo denso se reducía de modo que sus vestidos le quedaban muy holgados. El cuerpo de Mr. Eglinton disminuyó una vez de tamaño hasta tal punto, que una forma materializada lo cogió y presentó a la inspección de los asistentes, siendo éste uno de los pocos casos en que, tanto el médium como la forma materializada han sido visibles juntos con luz suficiente para su examen. Esta reducción del cuerpo del médium parece implicar la salida del mismo de una parte de la materia más densa "ponderable" -muy probablemente una parte de los constituyentes líquidos-; pero no ha llegado a mí noticia que se haya hecho observación alguna en este punto, y por lo tanto es imposible hablar con certeza. Lo que es seguro, es que esta proyección parcial del doble etéreo ocasiona muchos desórdenes nerviosos y que no debe practicarse por ninguna persona de buen sentido, si por desgracia tuviese disposición para el caso. Hemos estudiado ya el cuerpo físico en sus partes densa y etérea: la vestidura que el Ego tiene que llevar para su obra en el plano físico, la morada que puede ser oficina conveniente para ejecutar el trabajo físico, o prisión de la que sólo la muerte puede libertarle. Ya hemos visto lo que debemos tener, y lo que gradualmente podemos hacer: un cuerpo perfectamente saludable y fuerte, y a la vez delicadamente organizado, refinado y sensible. Debe ser saludable -en Oriente la salud se exige como condición para ser discípulo porque todo lo que no es saludable en el cuerpo, es un obstáculo para que sirva como instrumento del Ego, y puede desnaturalizar así las impresiones que se dirigen al interior, como los impulsos que se emiten hacia fuera. Las facultades del Ego se entorpecen si su instrumento se halla gastado o desordenado por la mala salud. La salud, pues, delicadamente constituida, refinada, sensible, que rechace automáticamente todas las influencias perniciosas, y que del mismo atraiga las buenas, es la condición del cuerpo que debemos construir, escogiendo entre todas las cosas que nos rodean, aquellas que tiendan a este fin, sabiendo que la tarea no puede llevarse a cabo sino de un modo gradual, pero trabajando constante y firmemente al objeto propuesto. Sabemos cuando empezamos a obtener resultado, por muy limitado que éste sea, porque observamos que empiezan a manifestarse en nosotros toda clase de poderes de percepción que antes no poseíamos. Veremos que nos hacemos más sensibles a los sonidos y a las percepciones, a armonías más completas, más suaves y más ricas, a matices más delicados y más preciosos. De igual modo que el pintor educa su vista para ver delicadezas de colorido, para las cuales están ciegos los ojos ordinarios; y así como el músico educa su oído para percibir notas imperceptibles al oído ordinario, así también podemos educar nuestros cuerpos para hacer que perciban las vibraciones más sutiles de la vida que se pierden para la generalidad de los hombres. Ciertamente, muchas son las sensaciones desagradables que se presentarán, pues el mundo en que vivimos ha sido hecho basto y grosero por la Humanidad que en él mora; pero por otra parte se nos revelarán bellezas que nos compensen cien veces de las dificultades a que hacemos frente y que vencemos. Y debemos hacer esto no con fines egoístas de vanidad o de goce, sino para dedicarnos a ser más útiles, para tener una fuerza mayor al Servicio de la Humanidad. Nuestros cuerpos serán instrumentos más capaces para ayudar el progreso de los demás, y por tanto, más a propósito para cooperar a la grande obra de la evolución humana, cuya obra es la de los grandes Maestros, en la cual podremos obtener el privilegio de ser partícipes. Aunque en esta parte de nuestro estudio no hemos salido del plano físico, vemos que no carece de importancia, y que el vehículo inferior de la conciencia merece nuestra atención, la cual nos será recompensada. Estas ciudades nuestras, estos países nuestros serán más limpios, más placenteros, mejores, cuando estos conocimientos sean patrimonio general, y aceptados no sólo como probables intelectualmente, sino como una ley de la vida diaria.

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