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EL HOMBRE Y SUS CUERPOS - EL HOMBRE -

EL HOMBRE Y SUS CUERPOS
- EL HOMBRE -


CAPÍTULO IV
  EL HOMBRE


Pasemos ahora a ocupamos del hombre mismo, no de los vehículos de la conciencia, sino de la acción de la conciencia en ellos; no de los cuerpos, sino de la entidad que funciona en ellos; pues por "el hombre" quiero significar el individuo continuo que pasa de una vida a otra, que viene a los cuerpos y los vuelve a dejar una vez y otra vez; que se desarrolla lentamente en el curso de las edades, que crece por la acumulación y la asimilación de la experiencia, y que existe en el plano superior manásico o devachánico a que nos hemos referido en el capítulo anterior. Este hombre es el que va a ser objeto de nuestro estudio, en sus funciones en los tres planos que nos son ya familiares: el físico, el astral y el mental. El hombre principia sus experiencias desarrollando la conciencia de sí mismo en el plano físico en el cual aparece lo que llamamos la "conciencia en el estado de vigilia", conciencia con la cual todos estamos familiarizados, que obra por medio del cerebro y del sistema nervioso y por cuyo medio razonamos del modo ordinario, llevando adelante todos los procesos lógicos por los cuales recordamos los sucesos pasados de la encarnación presente, y ejercitamos la razón en los asuntos de la vida. Todo lo que reconocemos como nuestras facultades mentales, es el resultado de la obra del hombre en períodos anteriores de su peregrinación, y su conciencia aquí es más y más vívida, más y más activa, a medida que el individuo se desarrolla y el hombre progresa vida tras vida. Si estudiamos a un hombre muy poco desarrollado, vemos que la actividad mental consciente es pobre en calidad y limitada en cantidad; obra en el cuerpo físico por medio del cerebro grosero y del etéreo; hay acción constante en lo que se refiere al sistema nervioso, visible e invisible; pero esta acción es de clase muy tosca, pues en ella hay muy poco criterio y muy poca delicadeza de tacto mental; existe alguna actividad mental, pero es de una especie, por decirlo así, muy infantil. Ocúpase en cosas insignificantes; se divierte con ocurrencias muy triviales; las cosas que llaman su atención, carecen de toda importancia; se interesa en los objetos pasajeros; le gusta asomarse a una ventana y mirar a una calle concurrida, reparando en la gente y en los vehículos que pasan, haciendo observaciones sobre ellos, y divirtiéndose mucho si una persona bien vestida tropieza y cae en el Iodo, o si un coche que pasa lo llena de barro. No tiene en sí mismo mucho para ocupar su atención, y por tanto, siempre está saliéndose fuera a fin de sentir que está vivo; es una de las cualidades características principales de este grado inferior de evolución mental que el hombre que obra con los cuerpos físico y etéreo, y los emplea como únicos vehículos de conciencia, siempre está percibiendo sensaciones violentas; necesita asegurarse de que siente, y aprende a distinguir las cosas recibiendo de ellas sensaciones fuertes y vívidas; es un estado de progreso necesario, aún cuando elemental, y sin esto siempre se estaría confundiendo entre el procedimiento dentro de su vehículo y fuera de él; tiene que aprender el alfabeto del yo y del no yo, distinguiendo entre los objetos que le causan impresión y las sensaciones originadas por estas impresiones: entre el estímulo y la sensación. Los tipos inferiores de este estado se ven en las esquinas de las calles, recostados perezosamente contra una pared, haciendo alguna que otra vez observaciones repentinas, y riéndose a carcajadas de un modo vacío de sentido. Cualquiera que pueda observar entonces sus cerebros vería que reciben impresiones borrosas de objetos pasajeros, y que los lazos entre estas impresiones y otras parecidas son muy ligeros; las impresiones se parecen más a un montón informe de piedras que a un mosaico bien coordinado. Al estudiar el modo como el cerebro físico y el etéreo se convierten en vehículos de conciencia, tenemos que retroceder al desarrollo primitivo del Ahamkara o Yo embrionario; estado que puede verse en los animales inferiores que nos rodean. Las vibraciones causadas por la impresión de los objetos externos se ponen en acción en el cerebro, se trasmiten por éste al cuerpo astral, y se sienten por la conciencia como sensaciones antes de que haya lazo alguno entre estas sensaciones antes de que haya lazo alguno entre estas sensaciones y los objetos que las ocasionan, lazos que constituyen una acción mental definida, una percepción. Cuando la percepción principia, es que la conciencia usa el cerebro físico y el etéreo como sus vehículos, por cuyo medio reúne a sabiendas conocimientos del mundo externo. Este estado hace tiempo que pasó, por supuesto, para nuestra humanidad; pero su repetición pasajera puede observarse cuando la conciencia toma un nuevo cerebro al reencarnarse; el niño principia a "fijarse" -como dicen las nodrizas-, esto es, a relacionar una sensación que se despierta en su conciencia, con una sensación causada en su nueva envoltura o vehículo, por un objeto externo, "reparando" de este modo en el objeto, percibiéndolo. Después de algún tiempo, no es ya necesaria la percepción de un objeto para que el aspecto del mismo esté presente en la conciencia, sino que puede recordarse la apariencia de un objeto que no está en contacto con los sentidos; tal percepción por la memoria es una idea, un concepto, una imagen mental, y éstas constituyen el acopio que la conciencia reúne del mundo externo, con el cual principia a obrar, siendo el primer estado de esta actividad el arreglo de las ideas, como preliminar del "raciocinio" sobre las mismas. El raciocinio principia comparando unas ideas con otras, e infiriendo luego relaciones entre ellas cuando ocurren simultánea o sucesivamente dos o más una y otra vez. En este proceso la mente se retira dentro de sí misma, llevando consigo las ideas que ha concebido por las percepciones, añadiendo a ellas algo suyo propio, así como cuando saca alguna consecuencia y relaciona una cosa con otra, como causa y efecto. Principia a deducir conclusiones, aun hasta llegar a predecir sucesos futuros, cuando ha establecido una serie de consecuencias; de modo que cuando aparece la percepción considerada como "causa", se espera que siga la percepción considerada como "efecto". Por otra parte, observa, al comparar sus ideas, que muchas de ellas tienen uno o más elementos en común, mientras que los demás constituyentes de las mismas son diferentes, y procede a separar estas cualidades características comunes de las demás, y a ponerlas juntas como propiedades de una clase, y luego agrupa los objetos que poseen a éstas, y así que ve un nuevo objeto que también las tiene, lo coloca en esta clase; de este modo ordena gradualmente en un cosmos el caos de percepciones con que principió su carrera mental, e infiere la ley de la sucesión ordenada de los fenómenos y de los tipos que ve en la Naturaleza. Todo esto es obra de la conciencia por medio del cerebro físico; pero aún en este trabajo encontramos la huella de lo que el cerebro no suple: éste sólo recibe vibraciones; la conciencia que obra en el cuerpo astral cambia las vibraciones en sensaciones, y en el cuerpo mental cambia las sensaciones en percepciones, y luego lleva a efecto todo el proceso, que, como se ha dicho, transforma el caos en cosmos. Además, la conciencia, al obrar así, es iluminada desde arriba por ideas que no han sido formadas de materiales suministrados por el mundo físico, sino que son reflejadas directamente en ellas por la Mente Universal. Las grandes "leyes del pensamiento" regulan todo pensar, y el acto mismo que pensar revela su preexistencia, pues es producida por ellas y bajo ellas, y es imposible sin ellas. Casi no es necesario observar que todos estos primeros esfuerzos de la conciencia para trabajar en el vehículo físico, están sujetos a mucho error, tanto a causa de percepciones imperfectas, como por deducciones erróneas. Las deducciones precipitadas, las generalizaciones de una experiencia limitada, vician muchas de las conclusiones que se deducen, y por esto se formulan las reglas de la lógica, para disciplinar la facultad pensante, de modo que pueda evitar los errores en que constantemente cae cuando no está ejercitada. Esto no obstante, la tentativa de razonar, por más imperfecta que sea, entre una cosa y otra, es clara señal de desarrollo en el hombre mismo, pues demuestra que añade algo suyo a la información adquirida de afuera. Este trabajo sobre los materiales reunidos produce un efecto sobre el mismo vehículo físico; cuando la mente enlaza dos percepciones, como quiera que causa vibraciones correspondientes en el cerebro, produce un lazo entre la serie de vibraciones que la percepción despierta, pues cuando el cuerpo mental se pone en actividad, actúa en el cuerpo astral, y éste, a su vez, en el cuerpo etéreo y en el denso, y la materia nerviosa de este último vibra bajo los impulsos que se le imprimen; esta acción se muestra como descargas eléctricas, y las corrientes magnéticas funcionan entre las moléculas y grupos de moléculas produciendo relaciones intrincadas. Estas trazan lo que pudiéramos llamar una senda nerviosa, senda por la cual pasará otra corriente más fácilmente de lo que pudiera pasar de través, por decirlo así; y si un grupo de moléculas relacionadas con una vibración se pone de nuevo en actividad por la conciencia, repitiendo la idea impresa en ellas, entonces la perturbación allí ocasionada entre él y otro grupo por un enlace anterior, poniendo a este otro grupo en actividad, y enviando a la mente una vibración, la cual, después de las transformaciones regulares, se presenta como una idea asociada. De aquí la gran importancia de la asociación, pues esta acción del cerebro es algunas veces excesivamente perturbadora, como cuando alguna idea disparatada o ridícula se enlaza con otra muy seria o sagrada. La conciencia evoca la idea sagrada para detenerse en ella y repentinamente y sin quererlo, la faz grotesca de la idea perturbadora, despertada por la acción mecánica del cerebro, se introduce por la puerta del santuario y lo profana. Los hombres prudentes cuidan de la asociación y se fijan en cómo hablan de las cosas más sagradas, a fin de evitar que alguna persona necia e ignorante enlace lo santo con lo ridículo o lo grosero, enlace que muy probablemente se repetirá en la conciencia. Útil es el precepto del gran Maestro judío: "No deis lo santo a los perros, ni echéis margaritas a los puercos." Otra señal de progreso es cuando el hombre principia a regular su conducta por conclusiones a que por sí mismo ha llegado en lugar de seguir los impulsos que recibe de afuera; pues entonces actúa con arreglo a su acopio de experiencias, recordando sucesos pasados, comparando los resultados obtenidos por diferentes líneas de conducta, y en su vida, decidiendo la que adopta para la presente. Entonces principia a predecir, a prever, a juzgar el porvenir por el pasado, a razonar de antemano recordando lo que ha sucedido antes, y cuando hace esto, es que ya existe en él un desarrollo bien claro como hombre. Puede estar aún limitado a funcionar en su cerebro físico; puede que fuera del mismo sea todavía inactivo, pero esto, no obstante, es una conciencia que se desarrolla y que principia a comportarse como individual, que escoge su propio camino en lugar de vagar impulsada por las circunstancias, o de seguir la línea de conducta que de afuera le imprimen. El desarrollo del hombre se muestra de este modo definido, desenvolviendo más y más lo que se llama carácter, y más y más fuerza de voluntad. Las personas de voluntad poderosa y los débiles se distinguen por su diferencia en este sentido: el hombre débil es impulsado por influencias externas, atracciones y repulsiones, al paso que el fuerte sigue impulsos internos propios, y se hace siempre dueño de las circunstancias, poniendo en juego fuerzas apropiadas y guiándose para ello por su acopio de experiencias acumuladas. Este acopio que el hombre ha reunido y acumulado durante muchas vidas, se hace más y más eficaz a medida que se educa y refina el cerebro físico, y se hace, por tanto, más receptivo; el acopio existe en el hombre, pero éste no puede emplear sino aquella parte que puede imprimir en la conciencia física. El hombre mismo tiene la memoria y razona; el hombre mismo juzga, escoge y decide, pero tiene que hacerlo todo por medio de sus cerebros físico y etéreo; tiene que obrar y trabajar con su cuerpo físico, con su mecanismo nervioso y el organismo etéreo relacionado con éste. A medida que el cerebro se hace más impresionable, a medida que él mejora los materiales del mismo y lo domina mejor, puede expresar su naturaleza propia cada vez con mayor perfección. ¿Cómo debemos nosotros, los hombres vivos, educar nuestros vehículos de conciencia a fin de que sirvan mejor de instrumento? Ahora no estamos estudiando el desarrollo físico del vehículo, sino su educación por la conciencia que lo usa como un instrumento del pensamiento: el hombre que ha dirigido su aten ción a mejorar físicamente su vehículo, debe decidirse a educarlo de modo que responda pronta y consecutivamente a los impulsos que le transmite; y para obtener este resultado tiene que principiar por pensar él mismo consecutivamente, y enviando así al cerebro impulsos relacionados, lo acostumbrará a trabajar ordenadamente por medio de grupos de moléculas enlazados en lugar de emplear vibraciones accidentales sin conexión. El hombre es el que inicia y el cerebro sólo imita; y una costumbre de pensar descuidada y vaga, hace contraer al cerebro la costumbre de formar grupos vibratorios inconexos. La educación tiene dos gradaciones: el hombre al determinarse a pensar consecutivamente, ejercita su cuerpo mental en el enlace de los pensamientos, en lugar de detenerse aquí y allí de modo causal; y luego pensando de esta forma, educa al cerebro que vibra en contestación a su pensamiento. De este modo, el organismo físico, esto es, el organismo nervioso y el etéreo, adquieren el hábito de obrar de una manera sistemática; y cuando su dueño los necesita, responden fácil y ordenadamente, hallándose prontos a sus órdenes. Entre un vehículo de conciencia así ejercitado y uno sin educación alguna, hay la diferencia que entre las herramientas de un obrero descuidado, que las deja sucias y embotadas, impropias para el uso, y las del hombre que las atiende, las aguza y limpia; de modo que cuando las necesita, las halla prontas y las puede usar para la obra que desea llevar a cabo, y así debe estar el vehículo físico, pronto siempre a responder a las necesidades de la mente. El resultado de una obra así constante sobre el cuerpo físico, no se limitará en modo alguno a la capacidad progresiva del cerebro; pues cada impulso que se envía al cuerpo físico tiene que pasar por el vehículo astral, y produce su efecto allí también; y según hemos visto, la materia astral responde más fácilmente que la física a las vibraciones del pensamiento, siendo, por tanto, el efecto que produce en el cuerpo astral semejante método de acción como el que hemos descrito, proporcionalmente mayor. Bajo su impulso, el cuerpo astral adquiere contornos más definidos y una condición bien organizada, como ya se ha dicho; cuando el hombre ha llegado a dominar el cerebro, cuando ha aprendido a concentrarse, cuando puede pensar como quiere y cuando quiere, tiene lugar un desarrollo correspondiente en lo que -si está físicamente consciente de ello-considerará como su vida de ensueños; sus sueños se harán vívidos, muy sostenidos, racionales y hasta instructivos; y es que el hombre principia a funcionar en el segundo de sus vehículos de conciencia, o sea en el cuerpo astral; es que entra en la segunda gran región o plano de conciencia; y actúa allí en el vehículo astral aparte del físico. Consideremos por un momento la diferencia entre dos hombres, ambos "completamente despiertos", uno de los cuales usa inconscientemente el cuerpo astral como puente entre la mente y el cerebro, y el otro lo emplea conscientemente como un vehículo. El primero ve del modo ordinario limitadísimo porque su cuerpo astral no es aún un vehículo de conciencia efectivo; el segundo usa la visión astral, y no se halla ya limitado por la materia física: ve a través de todos los cuerpos físicos, ve por detrás, así como de frente; las paredes y otras substancias "opacas" son para él tan transparentes como el cristal; ve las formas astrales y también los colores, las auras, los elementales y demás. Si va a un concierto, ve combinaciones gloriosas de colores a medida que la música se eleva; si asiste a una conferencia, ve los pensamientos del orador en colores y formas, y adquiere así una comprensión mucho más completa de sus pensamientos que cualquiera otro que solamente percibe las palabras habladas; pues los pensamientos que se expresan en símbolos, como palabras, se manifiestan como formas coloreadas y musicales; revestidas de materia astral, se imprimen en el cuerpo astral. Cuando la conciencia está completamente despierta en aquel cuerpo, recibe y anota todas estas impresiones nuevas; y muchas personas, si se examinan a sí mismas atentamente, verán que en realidad toman del orador mucho más que lo que las meras palabras aportan, aún cuando no se haya dado cuenta de ello cuando estaban escuchando. Muchos encontrarán en su memoria más de lo que el orador diga, como una especie de sugestión que continuase el pensamiento, como si hubiese algo alrededor de las palabras y las hiciese significar más de lo que expresaran con el mero sonido, y esta experiencia demostraría que el vehículo astral se está desarrollando; ya medida que el hombre se ocupa de su modo de pensar y usa inconscientemente el cuerpo astral; éste se perfecciona más y más en su organización. La "inconsciencia" durante el sueño es debida, ya a la falta de desarrollo del cuerpo astral, ya a la falta de relación entre éste y el cerebro físico. El hombre usa del cuerpo astral durante el estado de vigilia, enviando corrientes mentales al cerebro físico por medio del astral; pero cuando el cerebro físico, por el cual está el hombre acostumbrado a recibir las impresiones externas, no está en uso activo, es como David en la armadura que no había probado: no es tan susceptible a las impresiones que le vienen sólo por conducto del cuerpo astral, a cuyo uso independiente no está acostumbrado. Por otra parte, puede llegar a saber usarlo independientemente en el plano astral, y sin embargo, no tener conciencia de ello al volver al cuerpo físico-lo cual es otro grado en el lento progreso del hombre-, principiando así a emplearlo en su mundo respectivo, antes de llegar a relacionar este mundo con el interior. Finalmente llega a relacionarlos, y entonces pasa con toda conciencia de un vehículo a otro y se halla libre en el mundo astral; ha engrandecido el área de su conciencia en el estado de vigilia, incluyendo en ella el plano astral: de modo que actuando en el cuerpo físico, dispone a la vez por completo de los sentidos astrales, y puede decirse que vive al mismo tiempo en dos mundos, sin que entre uno y otro haya interrupción ni vacío alguno, y entonces su percepción del mundo físico es como la de un ciego de nacimiento que abriese los ojos a la luz. En el grado siguiente de su evolución, el hombre principia a obrar conscientemente en el plano tercero o mental; por largo tiempo ha estado obrando en este plano, enviando desde él todos los pensamientos que toman forma activa en el mundo astral y se manifiestan en el físico por medio del cerebro. Así que se hace consciente en el cuerpo mental, o sea su vehículo mental, ve que cuando piensa crea formas, y se hace cargo de este acto creador, poder que hasta entonces había ejercido inconscientemente. El lector podrá quizás recordar, que en una de las cartas citadas en el Occult World (Mundo Oculto), un Maestro dice que todos los hombres crean formas mentales, pero hace la distinción entre el hombre común y el Adepto. (Empleamos aquí la palabra Adepto en un sentido muy amplio, incluyendo Iniciados de varios grados muy por debajo de un "Maestro"). En este estado del progreso, el hombre aumenta considerablemente sus aptitudes para hacer bien; pues cuando puede crear conscientemente una forma mental y dirigirla, forma llamada generalmente un elemental artificial, puede emplearla para obrar en sitios adonde entonces no le convenga ir en su cuerpo mental. De este modo puede obrar tanto desde lejos como de cerca, y aumentar su eficacia; domina a estas formas mentales a distancia, vigilándolas y dirigiéndolas en su obra, y las convierte en agentes de su voluntad. Cuando el cuerpo mental se desarrolla y el hombre vive y obra en él conscientemente, conoce la vida más amplia y grande que tiene en el plano mental; mientras permanece en el cuerpo físico, al mismo tiempo que por su medio está consciente de cuanto le rodea en el plano del mismo, hállase completamente alerta y activo en el mundo superior, y no necesita dormir al cuerpo físico para gozar de las facultades devachánicas. Generalmente emplea el sentido devachánico, recibiendo por su conducto impresiones de todas clases del plano mental, de modo que percibe todo el trabajo mental de otros, lo mismo que percibe sus movimientos corporales. Cuando el hombre ha alcanzado este estado de desarrollo, el cual es relativamente elevado con referencia al término medio de la humanidad, aunque inferior comparado con el que aspira obtener, funciona entonces conscientemente en su tercer vehículo o cuerpo mental, se hace cargo de todo lo que hace en él, y experimenta los poderes así como las limitaciones del mismo. Necesariamente también aprende a distinguir entre el vehículo que usa y él mismo, y entonces siente el carácter ilusorio del "yo" personal, el "yo" del cuerpo mental, no el del hombre, y se identifica conscientemente con la individualidad que reside en aquel cuerpo superior, el causal que mora en los subplanos más elevados, los del mundo arupa. Ve que él, el hombre, puede desprenderse del cuerpo mental, puede dejarlo atrás y elevarse más, permaneciendo, sin embargo, el mismo; entonces conoce que las muchas vidas no son, en verdad, más que una, porque él, el hombre viviente, permanece el mismo en todas ellas. Y ahora pasemos a ocupamos de los eslabones que unen estos diferentes cuerpos, los cuales existen en un principio sin que el hombre tenga conciencia de ello. Existen, porque de otro modo, no podría pasar del plano de la mente al del cuerpo; pero él no tiene conciencia de su existencia, y no están activamente vivificados; son como lo que se llama en, el cuerpo físico órganos rudimentarios. Todo conocedor de biología sabe que los órganos rudimentarios son de dos clases: una que presenta las huellas de los estados por los cuales ha pasado el cuerpo en la evolución, mientras que la otra indica las líneas del desarrollo futuro. Estos órganos existen, pero no funcionan, y su actividad en el cuerpo físico pertenece al pasado o al porvenir: está muerta o no ha nacido aún. Los eslabones que me aventuro a llamar por analogía órganos rudimentarios de la segunda clase, relacionan el cuerpo denso y el etéreo con el astral: a éste con el mental y al mental con el causal. Ellos existen, pero tienen que traerse a la actividad, esto es, tienen que ser desarrollados, y lo mismo que sus tipos físicos, sólo pueden serio por el uso; la corriente de vida transcurre a través de ellos, como asimismo la corriente mental, y de este modo sostienen su vida y se alimentan; pero sólo son puestos gradualmente en actividad funcional cuando el hombre fija su atención en ellos y dedica su voluntad a su desarrollo. La acción de la voluntad principia a vivificar estos enlaces rudimentarios, y poco a poco, quizás muy lentamente, principian a funcionar: esto es, el hombre comienza a usarlos para el paso de su conciencia de uno a otro vehículo. En el cuerpo físico hay centros nerviosos, pequeñas agrupaciones de células nerviosas, y tanto las impresiones externas como los impulsos del cerebro, pasan a través de estos centros. Si alguno de ellos se desarregla, prodúcese inmediatamente una alternación, y la conciencia física se perturba. En el cuerpo astral existen centros análogos, pero en el hombre no desarrollado son rudimentarios y no funcionan; son lazos de unión entre el cuerpo físico y el astral, entre el astral y el mental, y a medida que procede la evolución, son vivificados por la voluntad, poniendo en libertad y guiando a la "serpiente de fuego" llamada Kundalini, en los libros indios. El período preparatorio para la. acción directa que liberta a Kundalini, es la educación y la purificación de los vehículos; pues si esto no se lleva a efecto por completo, el fuego resultaría una energía destructora en lugar de vivificante, y ésta es la razón porque he insistido tanto en la purificación, y la recomiendo como preliminar necesario para todo verdadero Yoga. Cuando el hombre ha llegado a un estado en que puede recibir sin peligro ayuda para vivificar estos lazos de unión, esta ayuda le viene, como cosa natural, de aquellos que están siempre buscando las ocasiones de auxiliar al aspirante sincero y desinteresado. Entonces, un día el hombre encuentra que puede salir del cuerpo físico, estando completamente despierto, y sin interrupción alguna en su conciencia se ve en libertad. Cuando verifica esto unas cuantas veces, el paso de un vehículo a otro se hace familiar y fácil. Cuando el cuerpo astral deja al físico en el sueño, hay un breve período de inconciencia, y hasta el hombre que funciona activamente en el plano astral, no puede unir las dos conciencias al despertar; y con la misma inconciencia con que deja el cuerpo, volverá probablemente a entrar en él; puede tener una conciencia vívida y completa en el plano astral, y sin embargo, estar representada aquélla en el cerebro físico por un olvido completo; pero cuando el hombre deja el cuerpo en estado de vigilia, habiendo puesto en actividad los lazos de unión entre los dos vehículos, entonces ha echado un puente sobre el abismo, y para él éste ya no existe, pasando su conciencia velozmente de un plano a otro, y reconociéndose el mismo hombres en ambos. Mientras más se ejercite el cerebro físico para responder a las vibraciones del cuerpo mental, más se facilita el paso del abismo entre la noche y el día. El cerebro se hace cada vez más el instrumento obediente del hombre, transmitiendo sus actividades bajo el impulso de su voluntad, lo mismo que un caballo bien domado responde al movimiento más ligero de la mano y de la rodilla. El mundo astral está abierto para el que ha llegado a unir así los dos vehículos inferiores de conciencia y le pertenece con todas sus posibilidades, con todos sus más amplios poderes y mejores oportunidades para ser útil y prestar auxilio a los demás. Luego viene la alegría de poder ayudar a desgraciados que no tienen conciencia de agente por cuyo medio reciben el auxilio, de derrama el bálsamo en las heridas que entonces parece que se curan por sí mismas, de levantar pesadas cargas que parecen aligerarse milagrosamente de encima de los doloridos hombros por ellas abrumados. Pero algo más que esto se necesita para enlazar una vida con otra; conservar la memoria sin interrupción día y noche, sólo significa que el cuerpo astral funciona perfectamente, y que los lazos que lo unen al cuerpo físico se hallan en completa actividad; pero si el hombre quiere tender un puente de comunicación entre vida y vida, tiene que hacer mucho más que funcionar conscientemente en el cuerpo astral, y más que actuar con completa conciencia en el cuerpo mental; pues éste se compone de materiales de los niveles inferiores del mundo manásico, y la reencarnación no parte de ellos. El cuerpo mental se desintegra a su debido tiempo, lo mismo que los vehículos astral y físico, y no puede, por tanto, transferir nada; la cuestión de que depende la memoria de las vidas pasadas, es la siguiente: ¿Puede o no el hombre funcionar en los planos superiores del mundo manásico en su cuerpo causal? El cuerpo causal es el que pasa de una vida a otra; en él se encierra todo, en él es donde todas las experiencias quedan, pues la conciencia es atraída al mismo, y el descenso a la reencarnación viene de su plano. Fijémonos en los estados de la vida fuera del mundo físico, y veamos hasta dónde se extienden los dominios del Rey Muerte. El hombre se retira de la parte densa del cuerpo físico; éste se desprende, se desintegra, y sus componentes son devueltos al mundo físico: nada queda de él que pueda conservar la memoria; se encuentra luego en la parte etérea del cuerpo físico, pero en el espacio de algunas horas se desprende de éste, el cual se disuelve en sus elementos, y por tanto, ninguna clase de memoria relacionada con el cerebro etéreo puede salvar el abismo. Pasa después al mundo astral, en el que permanece hasta que desecha el cuerpo astral dejándolo tras sí, como lo verificó antes con el físico; el "cadáver astral" a su vez se desintegra, devuelve sus materiales al mundo astral, disolviéndose todo lo que puede servir de base a los lazos magnéticos necesarios a la memoria. Prosigue su camino en el cuerpo mental y mora en los niveles rupa del Devachán, en donde vive cientos de años, labrando facultades y gozando del fruto, pero a su debido tiempo retírase también del cuerpo mental, llevando consigo al cuerpo perdurable todo lo que ha reunido y asimilado. Deja tras sí el cuerpo mental, que se desintegra lo mismo que los otros vehículos más densos; pues la materia de que se compone, por más sutil que sea desde nuestro punto de vista, no lo es lo . suficiente para pasar a los niveles superiores del mundo manásico, y tiene que ser desechado para que vuelva a los elementos de su propia región. Durante todo su ascenso, el hombre desecha cuerpo tras cuerpo, y sólo al llegar a los niveles arupa del mundo manásico, es cuando puede decirse que ha traspasado las regiones en donde domina el centro desintegrador de la Muerte, cuando sale finalmente de sus dominios y habita el cuerpo causal sobre el que aquélla no tiene poder alguno, y en el cual el hombre encierra todo lo que ha reunido. De aquí el hombre mismo de cuerpo causal, porque todas las causas que tiene por efecto las encarnaciones futuras residen en él; por tanto, el hombre tiene que principiar a funcionar en plena conciencia en los niveles arupa del mundo manásico en su cuerpo causal, antes de que pueda llevar consigo la memoria a través del golfo de la muerte. Un alma sin desarrollo que entre en esta elevada región, no puede conservar en ella la memoria; penetra en ella llevando consigo todos los gérmenes de sus cualidades; tiene lugar un contacto, un relámpago de conciencia que abarca el pasado y el porvenir, y el Ego deslumbrado se hunde en la senda que conduce a la reencarnación. En su cuerpo causal lleva los gérmenes, y en cada plano que atraviesa exterioriza los que al mismo pertenecen, los cuales atraen la materia de este plano que le es completamente afín; así, en los niveles inferiores del mundo manásico, los gérmenes mentales atraen a su alrededor la materia de aquellos niveles para formar el nuevo cuerpo mental, y esta materia muestra las características mentales que le da el germen en ella encerrado, del mismo modo que la bellota se transforma en una encina, reuniendo los materiales apropiados del suelo y de la atmósfera. La bellota no puede desarrollar un abedul ni un cedro, sino sólo una encina; y de la misma manera el germen mental se desarrollará con arreglo a su propia naturaleza y no de otro modo; y he aquí cómo obra el Karma en la construcción de los vehículos, y cómo el hombre cosecha con arreglo a la semilla que siembra. El germen que brota del cuerpo causal sólo puede crecer según su naturaleza, atrayendo a sí el grado de materia que el es propio, y dando a esta materia su forma característica, de modo que produzca lo que corresponde a la cualidad que el hombre se formó en el pasado. Cuando llega al mundo mental brotan los gérmenes que a éste pertenecen y atraen alrededor de sí la materia astral y esencia elemental que les son propias; de este modo reaparecen los apetitos, emociones y pasiones que pertenecen al cuerpo de deseos o cuerpo astral del hombre, reformado de este modo a su llegada al plano astral. Por tanto, para que la conciencia de las vidas anteriores se conserve a través de todos estos procesos y de todos estos mundos, tiene que existir en completa actividad en el plano elevado de las causas, el plano del cuerpo causal; y si la gente no recuerda sus vidas pasadas, es porque aún no son conscientes en el cuerpo causal como vehículo, el cual no posee actividad funcional alguna propia. La esencia de su vida, su "Yo" real, del que todo procede, existe, pero no funciona aún activamente; no es todavía consciente por sí, aunque sí inconscientemente activa; y hasta que no sea por completo consciente por sí, la memoria no puede pasar de un plano a otro, y por tanto de una vida a otra. A medida que el hombre avanza, brotan relámpagos que iluminan fragmentos del pasado; pero estos relámpagos tienen que convertirse en una luz continua antes que se establezca la memoria consecutiva. Podrá preguntarse si es posible contribuir a la ocurrencia de tales relámpagos, si es posible apresurar este crecimiento gradual de la actividad en los planos superiores: el hombre inferior puede trabajar a este fin, si tiene paciencia y valor; puede tratar de vivir más y más en el yo permanente, retirar más y más el pensamiento y la energía, según sea la intensidad de su deseo, de las trivialidades y cambios de la vida ordinaria. No quiere esto decir que el hombre se vuelva soñador, abstraído y errante, un miembro inútil del hogar y de la sociedad; antes al contrario, deberá cumplir con todos los deberes que el mundo le impongan, y cumplirlos con la mayor perfección, propia de la grandeza del hombre que lo ejecuta; no puede hacer esto grosera e imperfectamente como el hombre menos desarrollado pudiera verificarlo; pues para él el deber es el deber, y en tanto que alguien o algo pueda exigir alguna cosa de él, debe pagar su deuda hasta el último céntimo: todos los deberes tienen que ser cumplidos tan perfectamente como sea posible hacerlo, con todas las facultades y toda la atención. Pero el interés del hombre no debe estar en estas cosas; sus pensamientos no deben estar pendientes de los resultados, sino que en el instante mismo en que el deber se ha cumplido y se encuentra libre, su pensamiento debe volar a la vida permanente, deberá elevarse al plano superior con impulso enérgico hacia arriba, y vivir allí dando su verdadero valor a las trivialidades de la vida del mundo. A medida que haga esto con firmeza, y trate de ejercitarse en las cosas abstractas y elevadas, empezará a vivificar los lazos de unión superiores de la conciencia, y traer a esta vida inferior la conciencia, que es él mismo. ' El hombre es siempre el mismo, en cualquier plano que funcione, y su triunfo tiene lugar cuando puede obrar en todos los cinco planos con conciencia no interrumpida. Aquellos que llamamos los Maestros, los "Hombres perfeccionados", funcionan en estado de vigilia, no sólo en los tres planos inferiores, sino también en el cuarto, el plano de unidad, llamada Turiya en el Mandukyopanishad, y en el que le sigue, el plano de Nirvana. En ellos se ha contemplado la evolución, el ciclo ha sido recorrido hasta su final, y lo que ellos son, lo serán los que se hallan subiendo lentamente. Esta es la unificación de la conciencia; el vehículo permanece en estado de emplearse, pero ya no puede aprisionar, y el hombre usa cualquiera de sus cuerpos con arreglo a la obra que tiene que llevar a efecto. De este modo se conquista la materia, el tiempo y el espacio, y sus barreras dejan de existir para el hombre unificado. Al subir ha encontrado que en cada grado hay menos y menos barreras; aun en el plano astral la separación de sus hermanos es menor que aquí abajo, es mucho menos efectiva. Se viaja tan velozmente en el cuerpo astral, que puede decirse que el espacio y el tiempo se han conquistado; pues aunque el hombre sabe que pasa a través del espacio, lo verifica tan rápidamente, que su peder de separar los seres queridos ya no existe; sólo esta primera conquista anula la distancia física. Cuando se eleva al mundo mental, encuentra que posee otro poder; piensa en un lugar y se ve en él; piensa en un amigo, y éste se halla ante él; aun en el tercer plano la conciencia trasciende las barreras de la materia, del espacio y del tiempo, y se halla presente en cualquier lugar a voluntad; todas las cosas que se ven, se ven de golpe, en el momento en que la atención se fija en ellas; todo lo que se oye, se oye por una sola impresión; el espacio, la materia y el tiempo que se conocen en los mundos inferiores, desaparecen, y la sucesión ya no existe en el "eterno presente". Cuando se eleva aún más, las barreras de la conciencia también desaparecen y se siente unificada con las demás conciencias, con las demás cosas vivas; puede pensar como ellos piensan, sentir como ellos sienten, saber como ellos saben; puede hacer suyas, por un momento, sus limitaciones, para comprender exactamente cómo piensan, sin perder por eso su propia conciencia; puede emplear su mayor conocimiento para ayudar el pensamiento más estrecho y restringido, identificándose con él a fin de ensanchar sus límites; en resumen, cambia por completo sus funciones en la Naturaleza, desde el momento en que ya no está separado de los demás, identificándose con el Yo que es uno para todos, y enviando sus energías desde el plano de la unidad. Hasta respecto de los animales inferiores, pueden sentir de qué modo existe el mundo para ellos; de suerte que puede prestarles exactamente la ayuda que necesitan, y darles el auxilio tras que andan tanteando ciegamente. Por tanto, su conquista no es para él, sino para todos, y si adquiere poderes más vastos, es sólo para ponerlos al servicio de todo lo que le es inferior en la escala de la evolución, y de este modo hace suya la conciencia del mundo todo; pues para ello aprendió a sentir en sí mismo cada grito de dolor, cada palpitación de alegría o de pena. Todo se ha alcanzado, todo se ha obtenido, y el Maestro es el hombre "a quien nada le queda por aprender". Por esto queremos decir, no que todo conocimiento posible se halle presente en su conciencia en cualquier momento dado, sino que en cuanto se refiere a este grado de la evolución, nada haya velado para él, nada que no pueda penetrar por completo en el momento mismo en que se fije su atención; dentro de este círculo de evolución no hay nada en todo lo que vive -y todas las cosas viven-que no pueda comprender, y por tanto, nada que no pueda auxiliar. Este es el triunfo final del hombre. Todo lo que hemos descrito carecería de valor, sería trivial, si se obtuviese para el yo limitado que reconocemos como yo aquí abajo; todos los pasos, queridos lectores, hacia los cuales he tratado de induciros, no valdrían la pena de darlos, si hubieran de llevaros finalmente a una meta aislada, aparte de todos los yos pecadores y que sufren, en lugar de conduciros al corazón de las cosas, donde ellas y vos no formáis más que uno. La conciencia del Maestro se extiende en todas las direcciones adonde la dirige, se asimila todo punto en que la fija, sobre todo lo que quiere saber, y todo esto con objeto de poder ayudar con toda perfección, sin que haya nada que no pueda ser objeto de su auxilio, nada que no pueda sentir, nada que no pueda prever, nada que no pueda esforzar y socorrer en su evolución; para él el mundo entero es un todo que evoluciona, y sus funciones en él son las de un auxiliar de la evolución; puede identificarse con todos los grados de la misma, y prestar en cada grado la ayuda requerida. Ayuda a los reinos elementales en su evolución descendente, y a la evolución de los minerales, vegetales, animales y hombres, y a cada uno en la forma que respectivamente necesita, y los ayuda como si todo fuera él mismo; pues la gloria de su vida es que todo es él mismo, y sin embargo, a todo puede auxiliar, en cuyo acto siente y conoce que aquello a que presta ayuda, es él mismo. El misterio de cómo puede suceder esto, se desenvuelve gradualmente a medida que el hombre se desarrolla, y que la conciencia se ensancha para abarcar más y más, a la vez que se hace más vívida y más vital, sin perder el conocimiento de sí misma. Cuando el punto se ha convertido en la esfera, la esfera se ve a sí misma que es el punto; cada punto lo contiene todo, y sabe que es uno con todos los demás puntos; se ve que lo externo es sólo el reflejo de lo interno; la Realidad es la Vida Una, y la diferencia sólo una ilusión que se llega a dominar.

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